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Crónica de un viaje a nuestro bosque de araucarias

Me fui de viaje con Amigos de la Patagonia a Ñorquinco, al norte de la provincia de Neuquén, dentro del Parque Nacional Lanín. Me sumé a la asociación como redactora voluntaria hace algunos meses y ahora me encuentro cavando pozos para plantines en un bosque de araucarias (o pewen) milenario alcanzado por incendios pasados. En esto mucho tenemos que ver. ¿En qué momento pensamos que descuidar el entorno era el camino?

Llega el momento más preciado del año, mayo. Por condiciones estacionarias, éste y septiembre son los meses propicios para plantar. Ni mucho calor, ni mucho hielo. ¡Después de tanta planificación! De las redes, las ideas y proyectos trazados. A cada uno el viaje lo interpela diferente, pienso mientras emprendemos la aventura en equipos repartidos en cuatro autos y un avión. ¿A mi dónde me toca? Adivino, todos en este grupo sentimos un respeto desbordante por la naturaleza que nos rodea y de la que nos sabemos parte. Poca justicia en este registro de un viaje transformador.

CRUZANDO LA PAMPA A NEUQUÉN CAPITAL


Salimos en tres autos a las 6am desde la Provincia de Buenos Aires y CABA. Somos doce. Nos conocemos más o menos, nos haremos íntimos. Nos turnamos al volante de la kangoo con Marian cantando canciones de los guns mientras Sofi ceba mates en una ruta sin sobresaltos. Pasamos Bolívar, Daireaux, Macachín, Gral Acha. Atravesamos la Pampa de este a oeste. ¡Qué lindo salir de la ciudad! Manejamos de corrido hasta Neuquén capital. En el aeropuerto aterriza el avión. Nos encontramos todos finalmente en la puerta del hotel Crystal, cerca de la plaza central. ¡Amigos de la Patagonia de viaje, cuánto entusiasmo! Aquí haremos noche. Vamos camino a reforestar un bosque que se prendió fuego en 2014. Los primeros incendios se registraron en Ruca Choroi, cerca de Aluminé. Días más tarde surgió otro foco de fuego en los bosques de araucarias que habitan entre los lagos Pilhue y Ñorquinco.  Araucarias y otros árboles autóctonos ardieron durante varios días, avivados por el viento y la sequía.  El incendio fue el más grande desde 1987, afectando 4.500 de las 520.000 hectáreas con las que cuenta el departamento de Aluminé. Luego de años de descanso del suelo, aquí vamos a darle un empujón. Cenamos en un bar cantina vecino. Reímos cansados recordando el trayecto y ansiando el porvenir. Nos tomamos una ducha hirviendo en una habitación con cuadros pequeños.

AHORA SÍ, MONTAÑAS

 

Despertamos a las 7am. Recibimos un voucher para desayunar en la cantina lindera. Una mesa para quince entre los lugareños. Justine, la francesa, moja la medialuna en el café con leche. Nos reímos de lo argenta que se ha vuelto en cuatro meses. Repartimos tareas. Debemos retirar un auto alquilado y hacer compras en el Makro y en la verdulería, donde también nos espera el pedido de pan. Cien manzanas, cien mandarinas, ciento cincuenta bananas. Chocolate, queso rallado y vino. ¿Cuántos seremos en total? En el medio, rompemos dos botellas y le sacamos una foto.  Pol y Juli patinan con el chango por el estacionamiento. Los nervios de los preparativos solapados entre tanta alegría. Tenemos seis horas de manejo hasta el lago Ñorquinco. Su margen sur es nuestra puerta Norte al Parque Nacional Lanín. Allí nos espera nuestro bosque. Compramos caramelos para entretenernos en la estación de servicio de Cutral Co. El frío es nuevo y en la ruta se empieza a entrever la montaña. El camino se escabulle entre accidentes enormes de picos y puntas nevadas. Araucarias longevas se erigen al doblar la curva. Todo es grande, es espeso, es inmenso detrás del vidrio del auto. Frenamos en el Lago Pulmarí. Sebas, nuestro Director, no ha venido pero su cara, impresa en un cartón, aparece en casi todas las fotos. Sebas presente como quien no quiere la cosa. Líder hasta en la ausencia. 

 

Imaginamos la escuela que nos recibirá, apostando cuánto será el frío en las próximas noches. Llegamos al Parque Lanin. Desde lejos vemos algo crecer. Parece un galpón factoría, una propiedad privada. Es una gran escuela iluminada en la cordillera esperándonos pacientemente: la escuela n°72 de Lonco Mula. Corremos de alegría por los pasillos. Ahora tenemos aulas que son cuartos, que son casa, calefaccionadas por lo que dure. Tenemos una cocina larga llena de ollas y jarras para comer veinticinco en el gran salón. Tenemos colchones inflables, instrumentos varios e instrucciones para bailar una chacarera de paso simple en el pizarrón del salón de música. Tenemos mapas, tenemos enchufes y también baños múltiples. Armo mi rancho al lado del pizarrón del último aula. A mi costado Flor, Euge y Romi duermen en fila. Gabi está pegada al vértice del cuarto. Desde mi lugar puedo escuchar la melodía del himno argentino en sus auriculares. Viva la montaña patria. 

PRIMEROS PLANTINES

La plantación comienza al tercer día. Despertamos antes de las 7 para preparar el desayuno. El día está helado y la bruma se extiende por sobre el horizonte nevado que veo desde la ventana. Comemos desparramados por la escuela y emprendemos camino a la montaña. Somos muchos. A los conocidos se han sumado los cuatro Ecosound, un grupo de pibes audiovisuales de Bariloche con quienes hemos trabajado y, se adivina, podríamos compartir una buena experiencia. También están Javi y Nico, los biólogos que guían el Proyecto Pehuén Pewen (araucaria en mapuche) coordinado por el Parque Nacional Lanín. Hay guardabosques, brigadistas y más voluntarios. Hay sponsors de un Banco grande y también hay locales. Hay un perro, Küme, hay fotógrafos, hay gente que no conozco pero en minutos estaremos agachados en la tierra haciendo un pozo. Eso hacemos. Eso vinimos a hacer. Llenaremos este bosque de araucarias.

Cargamos entre todos miles de plantines, acumulados en un gran círculo en el suelo, en las cajas de camionetas. Subiremos los 3500 árboles, germinados en viveros locales, por la ladera hacia el punto asignado a la plantación. ¡Cuánto calor de pronto! Nos dividimos en grupos, tenemos unas cuantas palas, mochilas, galletitas y termos calientes. Uno hace un pozo, grita pozo, otros corremos atrás abriendo con torpeza las bolsitas de plantines. Todos parecidos y a la vez tan diferentes entre sí. Algunos más largos, con dos o tres ramificaciones. Otros más chiquitos, de un verde que es el mismo pero diferente. Hay que apretar fuerte con los pies, dice Javi, porque las heladas los levantan. Tapamos con tierra, presionamos, rezamos, despedimos. Seguimos, así, ubicando, cada 5 m, plantines de pewen, detrás de arbustos o de árboles caídos, para protegerlos del fuerte sol y del fuerte frío. Reímos, nos conocemos, nos cansamos.  Una guardaparque me pregunta si hicimos todo el camino hacia acá para plantar estos árboles. ¿Qué mejor plan? pienso. De pronto, la lluvia. El suelo resbala. Caminamos con cuidado esquivando abrojos. Cambiamos tareas. Ahora empujo la pala hoyera colgándome de sus puntas. El suelo se abre abruptamente. Es tierra negra, tierra suelta, tierra fría. ¡Una araucaria adulta tiene unos quinientos años! Pienso en todos los cambios del mundo en los últimos siglos. Pienso en la araucaria firme, resuelta, erguida por todo ese tiempo en este lugar. Caminamos entre árboles quemados a punto de caer. Que caro nos está saliendo habernos alejado de la naturaleza. Qué dolor los incendios. 

 

Nos mojamos. Bajamos todos a tomar decisiones. Pararemos lo que dure la lluvia. Nos trepamos a las camionetas. Ahora el barro. Algunos cortan con machete arbustos cercanos para tapar el lodo. Hacen suelo. Otros ríen, alguien saca una foto, muchos esperan. Llueve. La Ford arranca con esfuerzo y toma forma vertical. Caro, dentro de la camioneta, se agarra la cabeza con ambas manos. 4×4 baby. Qué lindo vivir. Entramos riendo a la escuela. Somos muchos más de los que ahí dormimos. Es difícil delimitar el alcance de cada una de las personas que conforman el equipo porque todo se entreteje por doquier, como un ecosistema vivo de roles. Comemos sandwiches y choripanes calientes en el gran salón. El día aclara.  Afuera los del Banco graban un video y los sorprende un arcoiris. Qué lindo caminar en medias. Ordenamos la escuela entre todos todo el tiempo. Se propone volver al bosque a plantar. Todos queremos pero la siesta se agita. Algunos se quedan. Me pongo plástico entre la bota y la media y subo a un auto. A eso vine. Somos un grupo reducido. Volvemos a cargar plantines en mochilas. Ahora charlamos caminando despacio entre sol y mojado. Mateo me cuenta cómo combina su trabajo y pasiones. Es gamer, piletero, acompañante terapéutico, fundador de una ONG y scout. Aquí todos parecieran esconder una sorpresa. Mateo tiene veintidós años. Bajamos antes de que se haga de noche, mirando de frente montañas lejanas. De nuevo al calor de la escuela y la cocina. 

DÍA ENTERO EN EL BOSQUE

 

Segundo día de plantación. El sol ya es un hecho. Vislumbramos el amanecer mientras Vicky prepara café caliente. Imaginamos despertando a todos con el timbre del recreo. Caminamos entre pasillos con la pasta de dientes y las botas embarradas. Leí por ahí que en esta escuela se alojaron los brigadistas que combatieron los fuegos. Ellos lo apagaron, nosotros reforestamos, la escuela nos sostiene a todos. Nos alistamos en los autos y salimos. Algunos se quedan. Darán una capacitación sobre agua y cuidado de ecosistemas a los alumnos de la escuela. Hoy es la primera vez que los cruzamos. Adivinan nuestra presencia por los bultos desperdigados. Han estado con jornadas docentes. Cargamos de plantines las mochilas. Vamos abrazando la tierra desparramando futuros árboles. Algo habré hecho bien para estar acá ahora, pienso mientras meto el plantín en la tierra y miro alrededor. ¿Quién estará aquí para verlos cuando sean altos? ¿Acaso nietos? Javi, el biólogo, dice que este bosque es muy especial, que es el único de araucarias en el país, que es como un dinosaurio viviente, que se desarrolló hace 300 millones de años. ¿Será posible que vivan la misma cantidad pero para adelante?

 

Cantamos por lo que es, lloramos por lo que ya no está. Es hora de comer. Algunas espaldas vencidas. Busco energía en un abrazo de Tefa mientras se calienta la comida: arroz con verduras. La montaña es toda nuestra. Comemos chocolate planeando la tarde que resta. El cansancio ahora es hueco, como la tristeza. Dedicamos plantines. Memoramos a padres con Juli. Compartimos qué creemos de las cosas y así avanzamos. El sol baja y el frío es grueso. La escuela casa nos abraza en lo bajo. Cocinamos guiso, descorchamos un tinto y comemos culo a culo en las banquetas. Fresco y batata se arrebata sobre la mesa. Estamos casi todos, incluso Javi y Nico que hoy duermen en un aula entera para ellos. Mare nos ordena la ducha, como nos ha ordenado todo hasta ahora. Meditamos, nos bañamos, nos volvemos más livianos. Hacemos una ronda de cierre de viaje. No todos estarán mañana. Javi toma la palabra. Dice que está muy contento, que el trabajo entre todos da su fruto, que se vienen grandes cosas para el bosque, que nos vemos en septiembre, que… Javi se quiebra. ¡El biólogo emocionado! Todos entendemos, todos compartimos. Abrazo grupal a los biólogos. ¿Qué es esto que está pasando?

DESPEDIDA

 

El resto es historia, es ya la memoria de lo vivido. Éramos muchos, luego seríamos menos. El sábado, la mitad salía temprano, devolvía un auto, nos encontrábamos en la ciudad. Los que quedamos, bailamos Nicky Nicole cuando llegamos al bosque. Plantamos los plantines que teníamos a cuestas, los que tenían su bolsita abierta. Las raíces se estresan, dijeron. Vivi, Agus y yo enterramos el último plantín, por ser nuestra primera plantación. Lo dediqué en silencio, al viejo que amaba este paisaje con locura, a mamá que me dio a luz en esta tierra, a la tierra, por entregarse incansablemente. Hicimos un ritual, hicimos una conversación. Hicimos un cuento, una narrativa, una cuesta abajo de despedida. Ordenamos la escuela, barrimos cada aula y despensa, trapeamos el piso, los azulejos, los cestos y el pizarrón. Como si allí nada hubiese pasado.

Volvimos a la ruta, a un desierto púrpura donde la luna rebota. Cantamos cumbia para mantenernos enteros, saqué setenta fotos porque podía. El norte de hoy es el hotel Crystal y hacia esa ducha vamos. Comemos y reímos nuevamente en el bar cantina donde saludan y festejan el alboroto ya conocido. El domingo amanecemos, desayunamos medialunas, descargamos listas de música en Spotify. Tenemos un largo día de manejo y vuelta a casa. Nos despedimos del relieve, del bosque, damos gracias por tanta magia, deseamos que crezcan sanos vuestros plantines. 

¿Quién estará allí para verlos cuando tengan 500 años?

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